FOTO ARRIBA (AMPLIABLE): La verdad, queridos maristeños, que en esta sección no os puedo dar mucha información porque carezco de ella. Os hablo de nuestro comedor. Mis recuerdos de aquel lugar son inexistentes ya que a pesar de la gran cantidad de años que pasé nunca comí en este gran colegio. Solo os puedo hablar de elementos externos al lugar como pueden ser los recreos que se daban despues de la comida u otros elementos no muy ajenos a este lugar.

De lo que si que estoy orgulloso es de poseer esta foto inédita de aquel recinto.

Comentarios: 6
  • #6

    Jose Amérigo (viernes, 02 noviembre 2018 00:47)

    Qué buenos recuerdos... en una de esas mesas recuerdo a mi primo Tomás diciéndome que los padres eran los Reyes... jajaa... o lo ricas que estaban las lentejas... recuerdo aquello de “más caldo Mariana”... o el tac tac tac de las cucharas golpeando los vasos metálicos del flan para romper el caramelo que había al fondo... o al Hermano Agustín, el administrador, pasando lista a los del comedor y la vergüenza de no tener el ticket porque s tus padres se les había olvidado... sí, en el fondo, buenos recuerdos... imborrables

  • #5

    J.C. (lunes, 30 marzo 2015 01:17)

    Muchas gracias a ti, maristasalicante1974-1982. Sí, la foto es del comedor del colegio. Está un poco raro porque las mesas no tienen vajilla y está tomada desde la ventana de la cocina, un ángulo desde el que nunca lo mirábamos, pero es el comedor. Al fondo se ve la última cena de Dalí: https://oranslectio.files.wordpress.com/2012/07/salvador-dali-1904-1989-the-last-supper-1955.jpeg

  • #4

    maristasalicante1974-1982 (sábado, 28 marzo 2015 20:46)

    Estimado JC si tengo que decirte algo ahora sería: "Eres mi salvador". La verdad es que el comedor nunca lo conocí, en cambio, ya veo que tu lo has tratado "largamente" y eso me ha conmovido para bien.
    Gracias a tus aportes empíricos puedo saborear aunque sea a ciegas aquel entrañable lugar. Espero que me confirmes si la foto es original del lugar o no, ya que la saqué de Maristapedia y tenia dudas. Muchas gracias por tus aportes y no te canses de hacerlos.

  • #3

    J.C. (sábado, 28 marzo 2015 13:23)

    Y entonces venía ya la comida. Había un par de cosas que eran absolutamente geniales, y que no he vuelto a probar luego nada tan bueno, igual que he dicho con el pan y chocolate. Me refiero al ARROZ de los martes, y a los HUEVOS FRITOS CON PATATAS, también los martes, por lo que la palabra martes ha tenido desde entonces un encanto especial. ¡Qué arroz! No es que tuviera un gusto especial ni tuviera muchos tropezones, era muy sencillo pero estaba buenísimo. Desde entonces y siendo alicantino, he probado otros muchos, de gran calidad, buenísimos, pero como aquél… Y bueno, las PATATAS FRITAS, como ya he dicho, eran de otra galaxia directamente: blanditas, riquísimas. Un día Elvira me puso un plato extra lleno de patatas, al requerirle: "muchas patatas, ponme muchas". Me lo trajo de la cocina sólo para mí y me espetó: _"Hínchate, perla!", todavía recuerdo las palabras exactas. También me solía reprender porque no comía demasiado finamente.

    Otros platos no eran nada del otro mundo, pero las patatas fritas y el arroz… ¡Guau! De postre solían ponernos dos mitades de melocotón en almíbar o una tarrina de helado (vainilla, chocolate o mixto… ¿Era marca Avidesa? No me acuerdo bien). Había siempre primer plato, segundo (que era el más apetitoso) y postre. Entre los primeros, además del arroz, recuerdo la olleta, que no me gustaba mucho, y entre los segundos, filetes de cerdo con patatas.

    Ah, al entrar al comedor y sentarnos (nos castigaban si hacíamos un ruido exagerado al correr las sillas), el profesor encargado del turno de la comida, dirigía una oración: _"En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Señor, bendice estos alimentos que vamos a tomar de tu mano generosa, por Cristo nuestro Señor. Amen". Al terminar de comer, creo que también rezábamos, y entonces ya íbamos al Patio Sur, con prohibición de andar por otro lugar, a esperar a que llegara la hora de la primera clase de la tarde, y que vinieran de sus casas los que no se quedaban a comer, todos repeinados y oliendo a colonia, mientras que nosotros más bien olíamos a sudor. Y todo ese tiempo, que se me antojaba larguísimo, lo empleábamos en jugar al fútbol o a cualquier otra cosa; era un tiempo en que te hacías amigo del patio Sur y llegabas a sentirlo como tu casa.

  • #2

    J.C. (sábado, 28 marzo 2015 13:22)

    También veías por esa ventanuca al resto del personal con los que no tratabas directamente en el comedor. Sin embargo, nos encontrábamos con algunos de ellos por la tarde, ya que los que nos quedábamos a comer teníamos un privilegio que era la envidia de los que no estaban apuntados: !LA MERIENDA! Eso era una maravilla, porque en medio de las clases de la tarde, uno de estos trabajadores llamaba al cristal de la puerta de la clase y anunciaba: _"La merienda", a lo que el profesor de turno otorgaba el correspondiente permiso: _"Venga, los de la merienda, rápido". Y entonces, señoras y señores, los de la merienda salíamos de clase al rellano de la escalera, en donde se había traído dos cestas, una de bocadillitos de pan, y otra más pequeña con chocolatinas, y nos daban pan y chocolate para que nos lo comiéramos en clase (lo recuerdo sobre todo en la 1ª etapa de EGB; luego no sé si lo suprimieron o es que no me acuerdo o bien que a los mayores no les daban ya merienda pero seguían con los pequeños). Era gracioso entrar en clase y comerse aquello. Yo, como nunca fui de los otros, no sé lo que se sentía al vernos y olernos, pero debían tener bastante envidia. Y atención, porque de nuevo hay que lanzar una merecida alabanza al pan con chocolate: hoy ya soy mayor y he probado las más altas delicias gastronómicas, y puedo decir que en repostería, jamás he probado algo tan bueno y de un nivel gastronómico tan elevado como el PAN CON CHOCOLATE, no necesariamente el que daban en los Maristas, sino en general. El pan con chocolate no está superado todavía en terreno de postres o dulces, es una combinación perfecta que sólo tiene el grave problema de ser barata, y eso le resta fama, pero si queréis probar un postre "tres estrellas Michelín", que no se os caigan los anillos por compraros una chocolatina y comérosla dentro de un pan abierto con los dedos y embutida a presión dentro de la molla. No hay nada como eso. Si es que lo mejor es lo más barato; pasa como con los huevos fritos con patatas, el otro plato de restaurante de cinco tenedores que no se ofrecen los cocineros porque tiene la pega de ser barato y fácil de preparar.

    Bueno, continuemos con el comedor. Desde las mesas de Elvira se podía comer mirando todos los detalles de la fachada de la Diputación, y también a los del edificio de la izquierda, que se levantaba sobre un banco. Al fondo del comedor admirábamos con curiosidad "La última Cena" de Dalí, un cuadro extraño con un torso desnudo flotando fantasmalmente en el aire, que se suponía que representaba al Señor. Las mesas y sillas se pueden ver en la foto de arriba; ahora me parecen pequeñas e infantiles, pero entonces me parecían muy normales, la verdad es que no eran sillas de las pequeñas-pequeñas para niño, sino que podía acoger incluso a una persona mayor algo apretada. En el centro de la mesa nos esperaba siempre una jarra metálica llena de agua. Era metálica para que no se rompiera si caía al suelo. Las mesas no tenían nunca mantel porque era muuuuuuy frecuente que al llenarnos los vasos, nuestras manos infantiles y torponas volcaran la jarra, y entonces el agua formaba un río que encharcaba la superficie de la mesa y caía al suelo formando una pequeña catarata. En seguida, venía entonces la señora de la comida con una bayeta y un mocho. Si era Manola venía dulcemente: _"Ay, tened más cuidado"; si era Elvira, venía con algo de mal genio: _"¡Hala, ya habéis tirado el agua! ¡Es que no puede ser! ¿Quién ha sido?". Junto a los cubiertos tenías, de oficio, una rodaja de pan (buenísimo, por cierto), y ya si querías repetir te levantabas a por pan, que ahora me acuerdo que el pan extra no estaba cortado ya en bandejas sino que había una barra y un cuchillo para cortarlo, labor que si éramos pequeños teníamos que solicitar de un profesor o de la señora que nos atendía. Los platos tenían un curioso logotipo verde y pequeño en el centro de la parte trasera, creo que todos nos acordamos de ello, porque esperando la comida nuestro nerviosismo natural nos invitaba a jugar y a examinar todo lo que estuviera sobre la mesa. Era frecuente oír el CRASH de un plato roto o un vaso.

  • #1

    J.C. (sábado, 28 marzo 2015 13:21)

    El comedor tenía un olor muy particular. Estaban en primer lugar, los efluvios que salían de la cocina y que bajaban las escaleras cuando uno las subía, pero luego, estaba el olor del mismo comedor, porque aunque no se estuviera cocinando nada, tenía un aroma impregnado muy agradable y diferente a cualquier otro recinto del colegio. Te encontrabas en el comedor y se notaba.

    Se subía por esas escaleras en cuyo piso inferior se podía entrar a la capilla por detrás, y a una altura de cuatro pisos ya te topabas con la puerta del comedor, aunque todavía quedaba una altura que supongo llevaría a las habitaciones de los hermanos. A la izquierda, entonces, se entraba en el comedor, que daba justo encima del laboratorio. Sin embargo, al lado del comedor de los niños, veías, si estaba la puerta por lo menos entreabierta, el de los profesores, los del turno de la comida, los cuales comían en un pequeño cuartito y de vez en cuando venían a vigilarnos a ver cómo iba la cosa, o cuando armábamos mucho jaleo (el ruido de todos hablando era a veces tan fuerte que era divertido ponerse las manos en las orejas y destaparlas y taparlas rápido para escuchar la curiosa variación ondulatoria de la intensidad). Era muy gracioso ver aquella mesa preparada, porque los profesores (que solían ser uno o dos, como mucho tres) aunque comían lo mismo que nosotros, veías detalles que "te ofendían" sanamente, por ejemplo: tenían vino. No es que nosotros quisiéramos vino, pero ya veías una diferencia; luego, les ponían una gran ensalada, que nosotros no teníamos ni probablemente la hubiéramos probado, pero sonaba todo a comida de profesores, de mayores. También disponían de aceiteras ¡gran lujo! y una cesta de pan en las mesas, cuando nosotros teníamos que levantarnos a tomar una rodaja de pan extra de una cesta grande que se colocaba en las mesas de servicio pegadas a la pared. Y las raciones que les ponían eran mucho mayores, el plato lleno a rebosar, e insisto en que tampoco nos hubiéramos podido comer tanta cantidad, pero daba envidia. ¡Hala, cómo tratan a los profes! ¡Qué injusticia! ¡Nos tienen esclavizados! (Lo típico de los españoles que ya empezábamos a ser: protestar y atacar a los de arriba por la razón que fuera).

    Ya en el interior del comedor, como se aprecia en la fotografía, las mesas formaban tres columnas. La pegada a la pared interior, la atendía ISABEL, una señora morena algo gordita, simpática pero que iba a lo suyo, no es que fuera muy simpática tampoco. Los niños cantaban: "¡Qué bien, qué bien, hoy comemos con Isabel!", que parece mentira que hoy pocos sepan a qué se refiere, porque entonces era uno de los anuncios más populares de la tele: el de conservas de sardinas, mejillones y atún, marca Isabel. Las mesas de en medio las servía Manola, que era la más simpática de todas, regordeta, de pelo castaño muy claro, de corte redondito, típico de señora casada de más de 50 años. Su trato era muy maternal y dulce. Es seguramente de la que guardamos todos mejor recuerdo. Y finalmente, en las mesas pegadas a las ventanas, te tocaba Elvira, flacucha, con gafas y pelo corto, campechana aunque con más carácter que sus compañeras, un poco más despótica en el trato y muy reñidora cuando tocaba. Cada niño se podía sentar donde quisiera, o si no encontraba sitio en donde hubiera uno libre, pero cada cual tenía sus preferencias, por ejemplo, yo no solía sentarme casi nunca con Isabel, por pura costumbre. De todas formas, el comedor nunca se llenaba; aunque las mesas del fondo estaban vacías y sin vajilla, había antes que rellenar los huecos de las primeras. A esas últimas mesas nos enviaban a veces como castigo a comer solos a los que nos portábamos mal o hacíamos cerdadas con la comida.

    Lo que era el cuarto de la cocina se podía ver un poco por la ventanilla en la que depositaban las bandejas para que las tres "señoras de la comida" nos repartieran las viandas. Alcanzábamos a ver dentro bandejones grandes de patatas fritas cuya vista nos hacía relamernos, porque NO HE VUELTO A PROBAR UNAS PATATAS FRITAS TAN BUENAS COMO AQUELLAS, que conste. Les daban mil vueltas a cualesquiera otras; y bueno, las de los burgers actuales dan risa a su lado.