Hubo un dia que disfrutamos como cosacos. Todo el colegio, a pie, se trasladó a los terrenos del nuevo colegio para gozar de una demostración, donde la policia municipal y los boinas verdes (Goes) de Rabasa nos demostraban sus habilidades. (VÍDEOS de arriba y abajo)

Comentarios: 4
  • #4

    J.C. (viernes, 17 abril 2015 14:13)

    (Viene del comentario anterior)
    Las marchas fueron también toda una experiencia, algunos iban muy bien pero otros no tanto, nos quedábamos retrasados, nos salían ampollas que había que pinchar… Pero el recuerdo que tengo es muy bueno, a pesar de eso. También hicimos rappel (¡guau, qué pasada!), bajada en tirolina, paso del puente-mono (simplemente una cuerda arriba y otra abajo, era facilísimo cruzarlo, más de lo que parece). Otro momento clásico era el del baño en el río. ¡Qué fría! Así mismo, partidos de fútbol, búsquedas del tesoro donde aprendimos las señales escultistas confeccionadas con palitos para dar pistas, marchas nocturnas; la colada de la ropa sucia en el río, en cuclillas… graciosísimo, nunca lo hice antes y nunca lo he vuelto a hacer.

    Por la mañana sonaba música por el altavoz y teníamos que despertarnos (acabamos odiando la melodía que nos despertaba: a mi me sigue cayendo mal "El cóndor pasa" todavía). En seguida, a lavarnos los dientes al río, los ejercicios desperazantes (los llamábamos "desesperantes"): a correr por la montaña recién levantados ¡qué horror! Luego, el desayuno en esos comedores de mesas grandes y olor tan particular. Teníamos un plato y un vaso metálicos que olían "que daba gusto" por mucho que los laváramos en el río después de cada comida.

    El cocinero Pepe, el de bar de los Maristas, dirigía el equipo de cocina, con aquellas ollas gigantescas. Nosotros siempre nos quejábamos de la comida, decíamos que era pura bazofia, imitando así la pose de los soldados de algunas películas, pero tampoco estaba tan mal.

    Como jefe de campamento, entre otros tuvimos al famoso Pepe Tirolinas, que decían que lo apodaban así porque una vez se cayó de una. El Hno. Ángel tocaba en el patio de banderas al acordeón el himno de España. En uno de los campamentos vinieron de monitores dos chicos mayores que iban a ser hermanos Maristas, superenrollados, sabían tocar la guitarra, eran simpatiquísimos, carismáticos… brutal, no habíamos conocido nunca a nadie así y probablemente no hemos vuelto a conocer.

    Algunas noches, se hacía el famoso fuego de campamento, todos en torno al fuego y bajo las estrellas. Entonces salíamos a contar chistes o a representar squetchs, o cantábamos. ¡Precioso!

    Algunas veces bajábamos al pueblo (Cotorríos se llamaba el de Cazorla) a comprar algo de comida extra: un salchichón, galletas Príncipe, refrescos en un chiringuito, o a bañarnos en la presa. Un día muy especial era el día de visita de los padres y hermanos, los cuales aprovechaban para hacer un viajecito y vernos. Mi madre se escandalizaba de lo sucio y desorganizado que tenía yo todo.

    Los domingos o los sábados por la tarde teníamos misa, a veces con un sacerdote que venía con nosotros y otras con uno del pueblo. La "capilla" era siempre de las más bonitas que he visto nunca, porque era entre los árboles, en los que se colgaba una cruz hecha con dos troncos y hasta se construía un altar de madera, sentados todos en el suelo. ¡Qué ambiente más perfecto! Se sentía al Señor realmente. También, previamente había confesiones; como algunos decían tacos y eso era uno de los pecados típicos que se solía decir en la confesión, el cura recomendaba buscar una palabra sustitutiva y acostumbrarse a ella.

    Ah, otra cosa graciosísima: las letrinas. Había que hacer caca en cuclillas sobre un hoyo grande y sujetos a un tronco con las manos, para no caernos al agujero. Acostumbrados a los "modernos" retretes del colegio, aquello tampoco era bajar mucho el nivel, pero aun así era algo muy extraño. Había papel higiénico, pero en las marchas utilizábamos a veces piedras para este cometido (pobres piedras,… perdonad, muchachitas).

    Y bueno, los olores del campo… fantásticos. Muy curioso: yo observé que el carácter de todos se volvía algo más agresivo que de costumbre, como más duro, menos cortés… Podría parecer que tendría que ser al contrario, que brotara un sentimiento natural de compañerismo, pero a mí me pareció justo al revés. Será como eso dicen de la guerra, que saca lo peor de las personas, no sé.

    El último día era el más emotivo. Casi se lloraba,... las chicas seguro. Es más, como había dos turnos, dos campamentos, en una ocasión fui al segundo, y mi primer día coincidió con el último del turno anterior; era muy fuerte llegar por primera vez al campamento y encontrarte con gente llorando abandonándolo. Decías: _"Joder, ¿tan bien lo han pasado? Pero qué exagerados ¿no?" La mejor despedida fue la del primer campamento, al llegar de regreso los autobuses a General Mola, entramos todos al Patio Norte para despedirnos, hicimos una rueda gigantesca todos cogimos de la mano, y allí cantamos el Vals de las velas con letra. ¡Eso te pegaba bien duro! Si no llorabas ahí -o por lo menos luchabas por reprimir las lágrimas-, es que necesitabas beber más agua porque estabas deshidratado, macho.

  • #3

    J.C. (viernes, 17 abril 2015 14:12)

    Y quizá, puesto que he hablado más abajo de las excursiones a Guardamar, también pudieran caber en esta sección los campamentos de verano, a los que algunos tuvimos la suerte de ir.

    Comenzaron cuando yo estaba en 7º de EGB, en 1977. Se organizaba cada verano un campamento Scout, y alguien tuvo la idea de introducir un cupo de "civiles", de chicos de Maristas que no éramos scouts, creo que fue el Hno. Millán, que vino con nosotros al primero. Como éramos justo 40 personas, nos llamó el Millán "los 40 de Ayete" (haciendo alusión a una expresión que se hizo popular en tiempos de Franco, en relación a los cuarenta procuradores del tercio familiar, porque había un palacio en Guipúzcoa llamado así). Los dos años siguientes también hubieron campamentos. Después ya no recuerdo y en todo caso ya me desconecté del tema. El primero y el tercero fue en la Sierra de Cazorla, en Jaen, y el segundo en la de Albarracín, en Teruel.

    Era el primer viaje largo que realizábamos sin nuestra familia -los que no éramos scouts-, y allí se probaba nuestra capacidad para cuidar de nosotros mismos sin ayuda de nuestra madre que nos estuviera diciendo a cada rato: ponte esto, cámbiate el jersey, que lo llevas sucio, ordénate la mochila, no hagas eso, ten cuidado con lo otro… También fue muy especial el hecho de que era la primera vez que muchos estábamos cerca de un grupo femenino, pues en los scouts había una rama femenina llamada "alitas" (las pequeñas) y "guías" (las mayores). La experiencia de tener chicas cerca, nunca hasta entonces la habíamos tenido como grupo marista, y eran realmente algo mágico, todo un descubrimiento y una revolución: mira esta, mira la otra, ¿cuál te gusta?… un show. En una fiesta que se organizó, uno de nuestro grupo se lió con una, o por lo menos se sentó con ella pasándole el brazo por el hombro, y eso nos pareció de otra galaxia directamente. ¿De qué ovni han bajado estos? (Eran otros tiempos, donde todavía se podía encontrar resquicios de una juventud superinocente)

    Los chicos scotus se dividían en "lobatos" los pequeños, "scouts" los medianos, "comandos" los mayores, y luego había unos llamados "roberts", que esos nos parecían directamente marines del ejército, porque se suponía que eran los más experimentados. El "grito" de los dos últimos era escuetamente "¡SERVIR!" Todos uniformados -y nosotros también- con un traje caqui, pero los scouts nos aventajaban en parafernalia, porque tenían sombreritos, pañoletas, insignias… un cuadro. Sabían mucho más que nosotros de todo ese mundo del escultismo.

    Fue muy novedoso lo de formar en el llamado patio de banderas, para izar y arriar cada día las banderas española y scout, mientras sonaba el himno nacional. Nosotros firmes, y los scouts con el saludo del dedo gordo cogiendo al dedo meñique, y la mano contra la frente, parecía todo muy militar y eso satisfacía nuestras fantasías bélicas que teníamos todos desde pequeños, desde nuestros primeros Madelmans, los tebeos de Hazañas Bélicas, o las películas de guerra que veíamos por televisión. Aún recuerdo el himno: " Alcemos nuestra voz, siempre en unión, alcemos sí, nuestra canción. Alerta hermano Scout, siempre fiel a tu promesa, siempre fiel a tu Patria, fiel a Dios. Al servicio de los hombres, cifrarás todo tu honor en la ley que Baden Powell nos legó. Y en tu pecho lucirá la flor de lis, la flor de lis, y en tu alma buscarás siempre servir, siempre sentir. Dejarás cada día en tu camino, la señal de tu diaria buena acción, para que vean los hombres que en tu marcha hacia Dios, has dejado fiel este mundo que has vivido con amor, mucho mejor. Así será siempre feliz, así será la flor de lis que acampará en tu corazón. ¡Sí!". ¡Buaaa, Qué bonito!
    https://www.youtube.com/watch?v=SqRg17njUPA

    Lo más gracioso era el grito de patrulla, reservado para los Scouts, una tontería desde nuestro punto de vista, pero ellos se tomaban súper en serio ese tipo de cosas y no podías burlarte de nada porque se ofendían mucho; a algunos nos parecía todo esto un poco como una secta o algo así, por lo a pecho que se tomaban esos rituales. El jefe de cada patrulla decía el nombre de ésta en voz alta, y los demás gritaban a continuación el lema de ese grupito. Era una forma de pasar revista presentándose cada mañana y cada noche.

  • #2

    J.C. (jueves, 16 abril 2015 13:03)

    (Viene del comentario anterior)
    Y entonces comenzaban las actividades según el orden del día, a veces listado en una hoja a multicopista que nos habían repartido con el horario preciso. Los grupos solían dividirse entre el fútbol (una pequeña liga que duraba sólo un día), el rastreo de un tesoro oculto a través de pistas y tiempo libre para vagabundear por el lugar. Finalmente y para todos, una marcha a la pinada, al otro lado de la carretera general, -e incluso traspasando la zona de árboles hasta llegar a la playa-.

    En la pinada alguna vez hicimos una batalla con pelotas pequeñas como proyectiles, y allí, bajo los pinos solía tener lugar la parada para comer, sacando cada uno sus temas gastronómicos: los ya citados bocadillos preparados por la mamá, ah, y las famosas galletas Príncipe de Beukelaer, con el chocolate algo derretido. También algo de bollería (madalenas, tigretones, bucaneros o bonys) y bolsas de patatas fritas Risi, cortezas de cerdo o ganchitos Crecs (no había tanta variedad como hoy en día).

    Al pasear por la playa, escoltados por el mar y por la fila de dunas de primera línea, era frecuente encontrar conchas de jibia sobresaliendo entre la arena, que como no estábamos acostumbrados a estos objetos naturales, nos las llevábamos a casa para regalárselas a la abuelita, porque tenían la figura de la Virgen María. ¿Paleidolía (que dirían los de Cuarto Milenio) o es un detallito de nuestra Buena Madre en la Naturaleza, como recordándonos que es la Reina del Mar y que nos acompaña siempre? Vosotros juzgaréis:
    https://inakiresa.files.wordpress.com/2011/03/sepia_calamar_diferencias1.jpg

    La tarde se hacía tristona, porque ya se vislumbraba la vuelta a la ciudad. Los profesores pitaban y, en seguida, recuento antes de subir al autobús. _¿Falta alguien? Sentaos donde estabais para comprobar si hay algún asiento vacío, después ya os cambiáis si queréis. Y vuelta, después de un día de expansión total.

    Nuevas canciones y, como siempre, la cromatografía de caracteres a lo largo del pasillo del autobús: los del final eran los más gamberros, y así una gradación que evolucionaba hasta los asientos delanteros, donde se sentaban los empollones y más formalitos, que incluso se pasaban el trayecto conversando con el profesor.

    Poco después, de nuevo estábamos en General Mola y, si además éramos pequeños, localizábamos allí en la acera, a través de la ventanilla, el rostro luminoso de nuestra mamá, aquella segunda Virgen María que habíamos encontrado en la playa de la vida y que siempre nos acompañó, convirtiendo la primera etapa del camino de nuestro existir en una gozosa excursión.

  • #1

    J.C. (jueves, 16 abril 2015 13:02)

    Yo no participé en esa excursión porque ya en ese año estaba en la universidad, pero puedo recordar en general las excursiones anuales a Guardarmar o al Algar.

    (Éste último no lo comentaré tanto porque fuimos menos veces. Recuerdo aquel largo corredor con el río a un lado y una pared de montaña con plantas al otro, para llegar a las cascadas, junto a las cuales un chiringuito vendía cocacolas, fantas y mirindas. Al inicio de este pasillo, había una tienda turística en cuyo mostrador se podían contemplar unos limones grandísimos, como nunca los habíamos visto en aquel entonces, pero demasiado caros. Algunos comprábamos unos silbatos amarillos que, al llenarlos de agua y soplar, parecía que cantaba el pajarito de plástico que representaban. Esta es una imagen de aquel lugar: http://blogs.elpais.com/.a/6a00d8341bfb1653ef01a3fd376316970b-pi ).

    Pero centrémonos en el clásico de los clásicos: Guardamar. El día de excursión era muy extraño. Nos encontrábamos en el interior de las aulas, pero sin estar allí realmente. Era otro rollo: se veía mochilas, calzados desacostumbrados, gorras, cantimploras colgando de sus pequeños mosquetones, camisetas informales, pantalones cortos y una sonrisa y brillo en los ojos especiales. El olor que flotaba en el ambiente era el de bocadillos de tortilla, jamón, morcón, salchichón con Tulipán, atún y sardinas, que cada cual llevaba en una bolsita para apurarlos en el almuerzo, allá cuando estuviéramos en tierra extraña. También las consabidas naranjas, manzanas o peras, y algún yogurt con su cucharita. Ah, y una servilleta de tela, porque las de papel no estaban comercializadas más que en los bares, y además eran demasiado pequeñitas y finas.

    Lo más gracioso era la organización por grupos. Todos portando un bordón con banderola, en la que se podía leer el nombre elegido por el grupo y el dibujo de identificación -uno de los más solicitados era "Benacantil"-.

    Y ya íbamos desfilando hacia la portería del colegio, porque en la calle nos esperaba el autobús. Subíamos, y en el camino se pasaba casi tan bien como en el destino, porque los más animosos invitaban a los demás a acompañarles en sus canciones. "Una viejo y un viejo, las palmas ele, las palmas ele (tris), y en mitad del camino va y se la mete, va y se la mete… la mano en el bolsillo y saca un billete y saca un billete...". "Una rana estaba cantando sentada debajo del a-gua-gua-gua… Cuando la rana se puso a cantar… vino la mosca y la hizo callar. La mosca a la rana, que estaba cantando sentada debajo del a-gua-gua-gua… Cuando la mosca se puso cantar.. vino la araña y la hizo callar. La araña a la mosca, la mosca a la rana que estaba sentada cantando debajo de a-gua-gua-gua…"

    En el camino, a pesar del corto trayecto, siempre había alguien que se mareaba, incluso alguna vez oíamos la desagradable noticia: _Profe, Gómez ha devuelto. _¿Es que no has tomado Biodramina? Mira que os lo dije, ayyyyyy...

    Pero bueno, antes de lo que hubiéramos querido, llegábamos a Guardamar, torciendo por un caminito largo flanqueado por árboles, que conducía al Seminario de los Maristas. Aquí van algunas fotos:
    http://www.exmaristasguardamar.org.es/imagenes/fachadaautor2.JPG
    http://www.maristasguardamar.com/imgs/index/4.jpg
    http://www.maristasguardamar.com/imgs/index/2.jpg

    El edificio no lo visitábamos, más que para dejar las bolsas y petates en una sala; nos movíamos por los alrededores. Contaban con dos campos de fútbol, una piscina-balsa (¡cuidado por allí, a ver si vais a ser tan tontos de caeros!), limoneros, una pinada maravillosa para hacer búsquedas del tesoro, un frontón en el que siempre lamentábamos no habernos traído alguna pelota de tenis y teníamos que inventar el frontón-pie con una pelota de fútbol…