FOTO ARRIBA (AMPLIABLE): Esta foto fue tomada en el mes de noviembre de 1969 (su fecha se encuentra en un lateral).

FOTO ARRIBA (AMPLIABLE): Esta foto es de finales de los 70.

FOTO ARRIBA: Aquella fachada anaranjada por aquellos ladrillos era preciosa y llamativa en la avenida General Mola 4. Impresionante¡¡

FOTO DE ABAJO: La verdad es que parecía más un edificio oficial (por su fachada emblemática y su bandera nacional) que aquel gran colegio.

Comentarios: 3
  • #3

    cronovisor (jueves, 26 marzo 2015 23:37)

    Hasta su destrucción en 1985, el colegio estaba en un lugar tranquilo, a pesar de ser céntrico en su última época (1970-1985). Estaba rodeado de locales industriales, almacenes y edificios austeros levantados en la postguerra, signos de una época de pobreza pero también de nobleza, que le conferían a la zona un sabor al Berlín del este y a barracón militar. No conoció el ruido ensordecedor de tráfico de la actual avenida de la Estación y de sus locales comerciales. Ese silencio de las calles que rodeaban al colegio, imprescindibles para el bienestar y el estudio, sólo se rompía por la salida y entrada de alumnos que convertía General Mola en un ir y venir de niños con cartera a la espalda acompañados de padres o abuelos, sobre todo a partir de las 13:30 horas.
    En los aledaños del edificio de vez en cuando plantaban sus puestos algún vendedor de almendras garrapiñadas y alguna castañera que aparecía en la época otoñal, en el mes de los difuntos, y despachaba hasta las cercanías de Navidad.
    En la acera o a lo largo de la parte exterior del mítico hall del Colegio, algunos jugaban al fútbol o intercambiaban cromos de algún nuevo álbum que nunca lograban completar. En dirección a Luceros, y ya en los primeros 80, nos topábamos con un kiosco, cuyo dueño despachaba cuernos de chocolate y compraba sellos usados.
    Al pasar este kiosco y adentrándonos ya en la Plaza de los Luceros encontrábamos la Papelería Alicantina, que durante la Transición exponía en su amplio escaparate los libros de Mazinger Z de la editorial Junior Grijalbo, para el deleite de los maristeños, que se acercaban al escaparate anhelando ver expuesto un nuevo volumen de la colección.

  • #2

    Anonimo (miércoles, 25 marzo 2015 14:22)

    Recuerdo que en aquella puerta jugaba de pequeño con la pelota, hasta que Don Aniceto salía a darme un toque. Por allí cerca (creo que en ambas direcciones) había unos quioscos. Allí me llenaba de golosinas y pipas y sentado en la puerta, esperaba a que alguno de mis padres viniera a recogerme.

  • #1

    J.C. (jueves, 19 marzo 2015 19:14)

    De muy pequeño, pasando en coche por la Avda. General Mola, decía: _"¡Mi colegio!" A los 6 años hice la prueba de acceso (a base de test visuales en los que había que elegir qué figura le correspondía ocupar un rectángulo negro) para los jesuítas y para los maristas. Me pidieron opinión y elegí los maristas -mis padres lo atribuyeron a que lo dije porque estaba mi primo ya estudiando allí, cinco años mayor que yo-.

    Es curiosa la vista de la fachada desde la diputación, porque normalmente mirábamos en sentido inverso, es decir, desde una clase que diera a la calle se podía ver la majestuosa diputación provincial, con sus toldos elegantes, sus barandillas cuidadas que sonaban a edificio importante, todo sobresaliendo por encima de las copas de los árboles. Era inevitable que en alguna clase aburrida se te escaparan los ojos allí, como las de 2ª de BUP, que tocaban en esa zona del colegio. También desde la biblioteca, con su olor apestoso a tabaco por alguna reunión en la que se había fumado. Así mismo, desde el laboratorio y desde la sala de conferencias, aunque en esos lugares uno estaba siempre demasiado ocupado como para dejar perder la mirada por la ventana. Y por supuesto, desde el comedor del piso superior. Mientras comías (los mediopensionistas), te saltaban a la vista no sólo la diputación sino el edificio residencial de su izquierda.

    Recuerdo salir del colegio por la acera de la fachada y toparme con un chico que nos repartía cromos MAGA, regalando hasta el álbum, para tentarnos a iniciar la colección. También había por allí un vendedor de almendras garrapiñadas, pero ya en la esquina que había al cruzar Gral. O'Donnell. La verdad es que esa acera no la tengo muy llena de recuerdos, porque era de puro paso: al entrar en el colegio estabas demasiado apesadumbrado para fijarte, y al salir, estabas demasiado contento para fijarte.

    Las dependencias del extremo de la derecha correspondían al salón en el que se almacenaban los libros del nuevo curso, pues se vendían al final del pasillo del hall cada septiembre. Mi madre, mis hermanos y yo ayudamos un año al Hno. Agustín a desembalarlos y clasificarlos, y nos proveyó de unos bocadillos y unas cocacolas de la cocina, en plena faena. Si tengo que destacar un solo recuerdo entre todos (en mi caso, porque cada cual es un mundo), y no sólo de los maristas sino prácticamente de toda mi infancia, es la emoción de tener en mis manos los libros nuevos. Ese olor a imprenta fresca y esa esperanza de todo lo que uno iba a aprender, hacía comenzar el curso con mucha ilusión: profesor nuevo, libros nuevos… Quizá tanta emoción que, unida al tener que volver a levantarse prontísimo tras unas vacaciones relajadas, me hacía vomitar secretamente cada mañana, algo que no comprendía y que mucho después me he enterado que le pasa a muchos niños, que es la ansiedad y estrés del principio de curso, pero entonces no comprendía nada.

    Hoy ya no existe la fachada, pero sigue estando la diputación y los edificios colindantes. La avenida sigue teniendo la misma estructura y anchura… Por tanto, es bonito el experimento de pasar por esa acera sin mirar al Nuevo Centro. Si se hace así, uno tiene la ilusión momentánea de que el colegio está todavía allí, porque no hay casi nada que te lo desmienta. Y contemplando estas fotografías, se nos refresca la memoria y parece todavía sigue en el lugar. No cuesta nada soñar un poco y suponer que si ahora fuéramos por allí, nos lo encontraríamos, y entonces entraríamos y nos saldría al paso Aniceto preguntándonos: _¡Pero bueno, pero bueno… Qué sorpresa! ¿Qué te ha pasado? ¿Estabas enfermo? _Si, es que me operó el Dr. Tiempo de la Clínica Vistahermosa y he estado unas "semanitas" apartado de todo. _Venga, pues sube a clase rápido, pero sin correr, que están todos en clase ya. _Toc, Toc. _¡Hombreeeee, el enfermo resucitado! ¿Estás ya recuperado? _Sí, D. Miguel. _Venga, pues siéntate en tu sitio y calladito; luego recuérdame que te diga lo que tienes que estudiar y ya veremos lo que hacemos en tu caso…. Y nosotros no entenderíamos nada, porque por un milagro habríamos vuelto al pasado. La pregunta del millón es ¿aceptaríamos el viaje?, pero sabiendo que es sólo de ida, hay que volver a vivir toda la vida desde entonces. Y nuestra respuesta quizá estaría condicionada a si es sabiendo lo que sabemos ahora o condenados a repetir todos los errores. Es un sueño, pero hay tantas cosas extrañas en el universo que todavía no sabemos… que no cuesta nada pasare por la Avda. de la estación y abrir ojos como platos al ver que ahora se llama… ¡General Mola!