FOTO ARRIBA. Recuerdo aquellos patios estrechos laterales ubicados en los techados del colerio. Allí, los pequeños, corrían jugando entre ellos (pillandose o practicando algun juego imaginativo del momento).
Disfrutaba en aquellos lugares intentando alargar aquel tiempo de relax.

FOTO ARRIBA. Si no me equivoco, el maestro de cazadora crema es Don Ángel. Creo, que daba a 2º. Estoy abierto a corrección.

FOTO ARRIBA. Recuerdo aquellos patios repletos de chiquillos gritando sin parar, eufóricos y llenos de energía. Lugar donde los balones se cruzaban en el aire mientras pequeños grupos de crios persiguen, sin descanso, sus respectivas pelotas de clase.

Comentarios: 4
  • #4

    ¿te das cuennn? (lunes, 30 marzo 2015 21:32)

    La clase de 1ºA, la de la señorita Pepita, era una de las que tenía terraza trasera, con vistas al patio sur, con plantas que regábamos todos los días. También recuerdo el olor a plastilina, los famosos babis de rallas azules y blancas, y la caja de cartón llena de tablitas de madera alargadas divididas por muescas, con las que nos apoyábamos al contar de 2 en 2, de 3 en 3, de 4 en 4... Y en matemáticas, aquellas unidades que representábamos con círculos azules, de rojo las decenas y de verde las centenas. Y empezábamos a utilizar aquellos libros de Edelvives, con contenidos bastante más espesos que los folletos con los que estudian ahora.

  • #3

    ¿te das cuennn? (lunes, 30 marzo 2015 21:22)

    Hablando de toilettes, me parece que entre 1º A y 1ºB, existía un servicio, si no recuerdo mal, con puertas que no llegaban al suelo.Recuerdo que la señorita Pepita castigó a un niño que entró a mirarla por debajo de una de esas puertas.
    Si miráis la primera fotografía al fondo, veréis una puerta de cristal que no era de ninguna clase y que está a la altura de las aulas de 3º de EGB. Y si miráis la 2ª fotografía veréis otra puerta de cristal con una ventana enrejada para evitar los balonazos, que estaba también a la altura de 3º de EGB. No recuerdo para qué eran estas salitas (quizás se utilizaban de trasteros).

  • #2

    J.Hernández (domingo, 22 marzo 2015 12:28)

    Y de aquellas papeleras verdosas, sobre todo las de 1, en las que un dia me metieron dentro de una de ellas, como castigo. Algunos iban, a posta, a sacar punta al lápiz, y me llenaban de virutas.
    Tenían un tamaño considerable donde cabía, perfectamente, un peque de 6 años. En su parte posterior un pequeño hueco para meter los brazos y sacar punta. A veces, castigaban, tirandote fuera de clase, pero en el exterior que daba al patio sur. Ahi daba el sol matinal y se estaba de maravilla.

  • #1

    J.C. (miércoles, 18 marzo 2015 20:52)

    En este corredor estaba mi clase de primero, y luego también la de tercero de EGB. En mis tiempos estaban la Señorita Lourdes, D. Marcelino y la Señorita Pepita. En el recreo se utilizaba el patio que daba a General O'Donnell, allí donde -según he contado en otro comentario- cuando las pelotas saltaban la valla no tenían más remedio que caer a la calle (supongo que con bastante peligro de que alguien resultara dañado si le caía directamente en la cabeza) y a veces un transeúnte conseguía devolverla chutándola a una altura de cuatro pisos, gran hazaña, desde luego. Quizá aquel hombre pertenecía a la plantilla del Hércules y no lo sabíamos.

    En el recreo del primero de mi época se jugaba, además de al fútbol, a romanos y cartagineses, que no sé si el juego vino de alguna película o quien nos lo enseñó, pero había que simular que se combatía a espada imaginaria entre dos grupos. No recuerdo si entonces había que traer el bocadillo de casa o dejaban bajar al bar a comprar, creo que se podía bajar y luego volver a subir. _"Chorizo de 7", "Atún de 7", uno de "salchichas de 8"… De beber, agua de las fuentes, no recuerdo que la gente pidiera refrescos.

    En aquel tiempo -y después desapareció- todavía se guardaba la digna costumbre de ir uniformados, sobre todo en las ocasiones de empaque. Camisa blanca, rebequita azul marino y una corbata del mismo color con la insignia del Sagrado Corazón en el nudo, la cual ponía una nota dorada y roja muy elegante. Por supuesto, todos peinaditos, con raya al lado los más, oliendo cada cual a la colonia de su casa. Unos pimpollos de los que hoy se burlaría todo el mundo por su aspecto demasiado fino y elegante, o dirían que eso es desnaturalizar a los niños. Y hablando de posibles críticas, mejor no entrar entonces en la práctica comúnmente aceptada de castigar físicamente. Aquellas "chuflainas", como las llamaba un profesor, que nos estiraba de ambas patillas hasta que nos doliera para entonces descargar simultáneamente sendas tortas en las mejillas que dejaban colorados los "mofletes" (vocablo que nos enseñó Locomotoro por televisión). No citemos entonces tampoco las cascadas de bofetones de algunos profesores bien conocidos y temidos, que hoy en día les haría salir en los telediarios.

    Dentro del aula, recuerdo una vitrina de exposición con objetos aportados por los alumnos, sobre todo naturales, como caracolas, conchas, etc. Y también un diente gigante que decíamos que era de ballena. La hora más deseada era la artística, en que se instalaban unos caballetes en medio del aula y algunos pintaban sus cuadros. Era todo un entorno con olor a pegamento de las manualidades, a goma de borrar y a niño, un olor muy particular que conoce cualquiera que entre en un recinto lleno de pequeñuelos.

    El día más especial del año era el de la "revisión médica", en que bajábamos en ordenada fila a pasar por el mismo ritual que se repitió año tras año. A ver si me acuerdo: subirse a una balanza romana para ser pesados; colocarse con la espalda pegada a un listón graduado por el que el médico bajaba un tope de madera que chocaba con nuestras tiernas coronillas para medir la altura -uno temía siempre que el golpe fuera doloroso, pero no lo era-. También nos subíamos descalzos a un cristal que tenía debajo un espejo para ver si teníamos los pies planos. Nos habíamos quitado ya no sólo los zapatos sino también la camisa para ser auscultados: "respira hondo, no respires, respira…". Luego aquello de soplar fuertemente por una boquilla de goma, que tomábamos como un reto para conseguir que la aguja del manómetro se desplazara lo más posible. _"¿Tú hasta dónde has soplado?. jaja, ¡qué poco, yo más!"...Y finalmente los rayos X, la misteriosa habitación en penumbra, la bombilla roja y el contacto frío de la placa contra el pecho. Sabía por experiencia que la revisión médica no dolía nada, pero el hecho de quitarse la ropa y de haber médicos me hacía tener cierto dolorcillo nervioso de estómago. De todas formas, no faltaban los bromistas que asustaban al siguiente turno de la revisión: ¡Te pinchan! ¡Te sacan sangre y duele un montón!...